El día del libro y los niños



El 23 de abril es un día especial. O eso me han dicho los adultos. Da igual con quién hables, de adulto, que todos saben que ese día es súper especial. Pero tanto, tanto, que se han juntado muchas cosas para celebrarlas todas el mismo día … así como una Navidad exprés … muy apretada y en 24 horas.

Para unos, es el día de la Rosa. Para otros, es el santo del profe Jorge. Para otros, el día del libro de Catalunya. Para otros, el del libro mundial, sea en el idioma que sea (aunque el día del libro gallego sea, además, otro día, -“porque yo lo valgo” que dice mi madre-). Para otros, es el día de los Premios Cervantes (digo yo que será porque un día como éste se murió el escritor del Quijote). Y para los extranjeros, es el día que murió William Shakespeare …  ¡¡Toma ya!!

Sea como sea, y hables con quién hables, es un día supermegaespecial … pero … ¡¡hay colegio y hay que fastidiarse!!

Además, no es un día cualquiera en el cole, nooooooooo. Es el día en que los profesores eligen a un escritor para visitarnos en la Biblioteca. Uy, uy, uuuuuuuuuy. Eso significa que debemos ir con el uniforme limpio, con la mejor de nuestras sonrisas y con las orejas despejadas y despegadas para escuchar mejor que bien. Ese día tenemos que esforzarnos por no hablar y por no reírnos a carcajadas (pero mi amigo Martín es experto en eso y, yo de verlo, es imposible que no me salga una risa nerviosa o incluso alguna gota de pis inesperada). Tenemos que demostrar orden, atención e interés, nos dice la profe Loli, pero ella ya sabe que las tres cosas a la vez es imposible hacerlas bien. Y por separado cuesta un huevo.

En casa, mi madre regala un libro a mi padre (que luego se lee ella), y mi padre le regala a mi madre una rosa (que luego olemos y disfrutamos todos en el salón). En la calle las librerías sacan sus galas y las ofertas que tanto gustan a las madres  … y así, yo me quedo sin ir al parque ese día, volviendo a casa con otro libro nuevo que, entre el de lengua y el de conocimiento, debo leer también, ¡jolines!

Los libros que más me gustan son los de aventuras. Historias de grandes exploradores que conviven con animales salvajes y que se adaptan a la temible ley de la selva donde el protagonista es invencible; de aventureros que atraviesan llanuras de desierto o bosques amazónicos llenos de peligros y de bichos asquerosos que hay que comerse; de alpinistas que escalan montañas milenarias en busca de nuevas formas de vida entre la nieve y el hielo para luego hacerse la foto …

Porque yo, de mayor, ¡quiero ser aventurero!

Pero de los de verdad, eh?  De los que llevan todo el equipamiento, el material y la tecnología a la espalda de sus compañeros, mientras él explica y escribe historias intrépidas. ¡De esos! (y no como ese que sale en la tele en zuecos y con la gorra de Mickey).

Mi madre dice que los aventureros de verdad estudian en la universidad, aunque yo no lo tengo tan claro, porque con un móvil y el cuchillo de caza que tiene mi abuelo escondido, estoy seguro que puedo llegar a la Conchinchina y ser el primero en conquistarla.

Sea como sea, mientras me preparo para ser explorador, seguiré leyendo libros para soñar y viajar desde casa, como hace mi abuelo, que viaja por todo el mundo desde el sofá viendo Españoles por el Mundo, “sin atascos ni gastar dinero” que dice él.


Libro



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