¡Alarma, llegan los miedos infantiles!


Hay momentos, amigos, en que conviene mirar de frente a la vida y echarle valentía al día a día como si fueras un Quijote. Pero hay otros momentos en que es mejor desviar la mirada, hacerse el despistado (lo que mi abuelo, que es muy sabio, llama “hacerse el sueco” y mi padre “hacerse el longuis”) y desear que la lámpara del miedo se trague su Aladino.

Mi amigo Martín dice que el miedo es lo que hace que te mees en los pantalones del susto. Yo pienso que, además, es lo que te paraliza y te hace abrir las orejas y los ojos mientras te escondes dentro de lo primero que encuentras (armario, sábanas o lavadora). Y no es que yo tenga miedo … noooooo, o bueno sólo a veces, pero sé de lo que hablo. Las cosas no son fáciles a mi edad y menos cuando tienes la obligación de enfrentarte a tus temores … sólo.

Según mi experiencia y criterio infantil (ya casi pre-pre-adolescente porque en días cumplo 9), he clasificado el miedo en dos grupos: LOS DE MI MADRE y LOS MÍOS, aunque ambos los sufro yo, como dice el anuncio “en silencio”.

Los miedos de mi madre son básicamente: las ventanas abiertas (te vas a caer si te asomas porque tu cabeza pesa mucho), el ascensor (no subas sólo, porque seguro que te quedas ahí colgado), la barandilla demasiado baja (tú siempre desafiando la gravedad asomándote por encima o metiendo la cabeza entre los barrotes, un día no sales, hijo, ¿me oyes?), el suelo brillante o arenoso o pedregoso o asfaltado… tanto da (¡no corras que te resbalarás, caerás sobre tus paletillas y te quedarás sin respiración!), los personajes históricos: el coco, la mano negra y el hombre del saco (personas ilegales sin papeles que aparecen, te secuestran y ajustician), los animales grandes (cuidado con esa vaca, tiene cara de pocos amigos y con esos cuernos más esa lengua te engulle en un plis-plas Hugo), los desconocidos (seres capaces de darte un caramelo envenenado para llevarte secuestrado en un saco), a los truenos y tormentas (ay, querido, sin luz estamos apañados …), y por último, al vértigo ajeno (no te subas ahí, te vas a caer, mira dónde pones los pies, cuidado … No! no me digas que mire que sabes que no puedo. Bájate ya o te castigo, o peor aún, se lo digo a tu padre!).

Mis propios miedos son sólo dos, y no por eso menos importantes.
Uno tiene su origen en un cuento, sí para que luego digan que son para niños, ¡ja!, para niños psicópatas, diría yo. Porque desde que ví en Blancanieves la vieja bruja que le ofrece la manzana … no puedo más que temblar ante la gente mayor. Sí, ¿qué pasa? Les tengo miedo. Esas criaturas ancianas con más de cien años que con sus arrugas, sus dientes feos y oscuros (los que les quedan), ese pelo fregonoso que junto con una mirada profunda y penetrante te hipnotizan para que tú, que estás absorto entre la abducción, la incredulidad y el asombro, no puedas dejar de mirarlas, hasta que … ¡zas! te sonríen mostrándote sus escuetas y escalofriantes dentaduras, aaaaaaaaaaaaaaaah. Son seres realmente espectrales.

El segundo miedo que tengo, y aunque me cueste reconocerlo pero a estas alturas de la confesión ¡qué más da!, es a la oscuridad … y lo peor de la oscuridad es lo que trae consigo: los ladrones. Y es que cuando tu habitación está justo enfrente de la puerta de casa, ni te cuento el canguelis que da. Es para hacerte pis o esconderte debajo de la cama , o las dos cosas juntas.

Para enfrentarme a este miedo, tengo un ritual implacable. Primero, que mi padre repase los rincones de la habitación para asegurarnos. No es capricho que sea mi padre, es que algún día lo ha hecho mi madre y se ha liado a ordenar y limpiar olvidándose de la misión. Segundo cerramos y aseguramos la puerta principal, que personalmente verifico. Y por último, duermo en compañía de mis mascotas preferidas: Iki, Trapito y el Ji-Ja, que no son gran cosa, pero a falta de perro, son mi tropa de protección.

Aún así, amigos, si algún día estoy cagado de miedo y mis sistemas no funcionan, siempre puedo dejarme caer por la cama matrimonial, poniendo cara de angustia y con la excusa de haber soñado con la maléfica bruja perseguida por siete enanos explotadores, en busca del asilo filial.

Postdata: Abstenerse ladrones, que ya tenemos alarma

Miedos infantiles


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