¡Qué bochorno! Cosas de madres e hijos

¿Quién no ha tenido, amigos, algún momento de apuro, ponerse colorado o “tierra trágame”?

Pues yo no soy menos. A mí me avergüenza, y mucho, cuando se habla de mí en mi presencia, tanto cosas buenas como cosas malas. Y me sonrojo, me escondo, me quedo pequeño, muy pequeño hasta querer desaparecer.

Los padres (los míos, por lo menos) no tienen esa vergüenza, sino que poseen otro sentido del ridículo: la vergüenza ajena. Aquella que a causa de lo que otro hace, ellos se ponen colorados, tartamudean y quieren desaparecer.

Mi madre dice haber vivido tantas vergüenzas por mi culpa que podría escribir un libro, pero yo sé que no son tantas, y a pesar de oírla decir a menudo  “qué bochorno, Hugo, qué bochorno he pasado”, juzguen por ustedes mismos qué tiene de vergonzoso ser un niño sincero y creativo:

1. En una tienda pequeña, de barrio, donde se venden bolsos, carteras y cinturones, entra una madre con su hijo de la mano (estos somos nosotros), y mientras la dependienta conversa alegremente con la última clienta, mi madre observa con detalle los estantes junto al mostrador. De repente el niño –o sea yo- arruga varias veces la nariz, abre la boca y dice:

- Mamá, qué peste, aquí huele a pedo!

- Deben ser las cloacas, querido, por la tormenta- responde colorada la madre

2. En casa, con invitados de cortesía, mi madre sirve una tarta, en la que ha troceado unos pedazos de forma desigual. La señora invitada, que menos lo necesita para su silueta, escoge el trozo más grande y se sirve mientras yo exclamo:

-          Jolines mamá, qué maleducada, tú siempre nos dices que hay que escoger el trozo más pequeño

-          No se preocupe, son cosas de niños – responde con una falsa sonrisa mi madre

3. En el autobús, después de pagar los billetes y buscando un asiento libre con la vista:

-          Mamá, allí al fondo hay uno pero deberá apartarse un poco el señor gordo que ocupa dos sitios.

4. Paseando junto a la iglesia, un gran coche oscuro y lleno de flores acaba de parar mientras los invitados esperan fuera. Antes de que la novia saliera yo grito:

-          Vivan los novios

-          Cariño, se trata de un entierro. Éste es un coche fúnebre! Lo siento mucho.

5. Una pareja de enanos pasean por la otra acera y cruzan la calle. Y yo, mientras los señalo con el dedo, le digo a mi madre:

-          Mamá, mira esos enanos ¿porqué no tienen gorro? Y ¿dónde habrán dejado a Blancanieves?

-          Hijo no señales, que es de mala educación y tira para adelante.

6. Esperando para cruzar una calle cuyo semáforo está en rojo, una señora camina sobre el paso de peatones hacia nosotros:

-          Mamá, esa señora es traficante

-          ¿Qué dices?

-          Ha cruzado el semáforo en rojo y no ha cumplido con la norma de tráfico. Es una traficante

Si en alguna de estas situaciones, amigos, se han sentido identificados – como padres o como hijos-, piensen que no han sido los únicos. Riánse de la circunstancia y compartan con sus amigos el bochorno, porque no hay nada mejor que ponerle humor al sentido del ridículo, para poder disfrutar de las cosas simples, como la sinceridad y la creatividad infantil.